viernes, 13 de junio de 2014

El fanatismo y su sabroso remedio

El Roto y una de sus viñetas.
Al final de la entrada anterior compartí mi temor ante un fenómeno producto de la tendencia de cristianas y cristianos de evitar y satanizar las críticas. Dicho fenómeno es el fanatismo.

Las personas fanáticas, según la Real Academia Española, defienden con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas, de manera ciega. Francisco Gutiérrez, en su obra Expediente negro (tomo 1, capítulo: La guerra de los Canudos, 1984, p. 45), ofrece otras características del fanático: su convencimiento mesiánico; su implacable división del mundo entre buenos y malos; su poder de convicción desmesurado; su verbo simple pero arrollador; su casi increíble capacidad de sacrificio.

No pocas veces se ha identificado el fanatismo con la ignorancia, con la falta de estudios. Pero en realidad hay fanatismo tanto en iletrados como en académicos. Un ejemplo de este último caso es el Procurador General de Colombia, Alejandro Ordóñez, abogado de profesión.

Las personas fanáticas no podrían entender la comunicación como proceso de encuentro entre diversas posturas en un nivel horizontal. A ellas les parece justo y cómodo un sistema que informa (en el mejor de los casos) o que impone. Nada mejor para un fanático que estar de acuerdo con quien desde arriba da las órdenes a la mayoría.

"Un buen fanático está siempre listo 
para una discusión".
Quien vive en el fanatismo lleva su punto de vista a todas partes, pero no para compartirlo. Su afán desmedido por difundir su verdad por el mundo pasa por encima de las creencias o las ideas de los demás. No desaprovecha ningún espacio para hacerlo, incluso aquellos considerados como "espacios de perversiones", "nidos del mal": la Internet, por ejemplo. 

Fácilmente se identifica al fanático por una casi enfermiza búsqueda de la discusión (mientras más pública, mejor) con quienes no comparten sus convencimientos. Exhibe sus razones sin parar, evitando que el otro esgrima las suyas, sin detenerse a pensar si algo falla en su discurso. Para él, los demás son enemigos. Y a los enemigos se les enfrenta en el campo de batalla; por lo tanto, hay que estar listos. Es como dice Charles Schulz, por boca de Linus, uno de sus personajes: un buen fanático está siempre listo para una discusión.

Una cosa es que algo nos guste con pasión y le dé cierta identidad a nuestras vidas, y otra muy distinta es la obsesión, el fanatismo. Me gustan los Beatles y no me gusta el reguetón, pero no puedo condenar al infierno o agredir a quienes sí gustan de él. Por otra parte, una persona fanática está tan metida en su cuento, que poco o nada puede ver de lo que sucede a su alrededor: ni se alegra por las cosas buenas que suceden, ni se conmueve ni actúa ante tantas dificultades, problemas e injusticias. 

Los gustos y las pasiones se dan en casi todas las etapas de la vida y florecen en diversos escenarios y sobre diversos temas (medios, deportes, alimentos, música, etc.). Daré un ejemplo. En las llamadas redes sociales encuentro con cierta frecuencia no pocos comentarios evidentemente fanáticos. Si acaso verifico quién es la persona que los emite, encuentro que es alguien que no es ni muy joven ni muy mayor (digamos, entre sus 20 y sus 40 años), con una foto familiar en su perfil, común y corriente, de esas que no permite identificar fanáticos a primera vista. Aunque si yo veo que la foto de perfil de la persona es la imagen un caballero cruzado, como el que posa a la izquierda, musculosamente listo para la batalla, la verdad no hay que pensar mucho para saber qué tipo de ideas profesa el aludido.

El sabroso remedio contra el fanatismo

La vida nos ha enseñado que el más eficaz y humano ejercicio de la crítica es el humor. La historia del cristianismo pareciera ser, en no pocas ocasiones, la historia del bostezo como dogma de fe. "Dios", se ha dicho con y sin palabras durante siglos, "es un tipo enorme que allá en el cielo no tiene ni ganas de reír ni gusto por los que ríen". Quien haya leído El nombre de la rosa del profesor Umberto Eco recordará a Jorge de Burgos, el monje ciego que hace todo lo posible para evitar el triunfo de la risa, triunfo que desmoronaría el control ejercido por los poderosos sobre "los simples", los señores que tienen la sartén por el mango y logran bendiciones de los pastores. 

La figura del profeta Daniel sonriendo
en el Pórtico de la Gloria,
catedral de Santiago de Compostela.
Seguramente el anti-profeta para gente como el venerable Jorge sea Daniel. Un tocayo suyo, Daniel Samper Pizano, en un interesante artículo para la revista Gatopardo llamado Risa y terror, publicado tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, cuenta que el profeta en medio de los leones es prácticamente el único personaje bíblico representado con una sonrisa amplia en los labios. Veamos por qué en el texto griego de su libro.

Cuando el rey Ciro de Persia le pregunta por qué no adora al dios Bel, Daniel responde que solamente adora a Yahveh. El rey insiste: ¿acaso no puedes ver todo lo que el dios come y bebe diariamente?

Daniel se echó a reir y respondió:
-¡No se deje engañar, su majestad! Por dentro, ese ídolo es de barro; y por fuera es de cobre. ¡Jamás ha comido ni bebido nada! (Daniel 14.7).

Se propone una prueba para ver si el dios come o no los alimentos que le ofrendan (en realidad los consumidores son los sacerdotes del dios, y sus familias). Cuando el rey se dirige a verificar los resultados de la prueba...

Apenas abrió la puerta y vio la mesa (donde se ubicaron los alimentos para el dios), gritó el rey:
-¡Qué grande eres, oh Bel! ¡En ti ni hay ninguna clase de engaño!
Daniel soltó la risa y no dejó que el rey entrara en el templo (Daniel 14.18-19).

Podemos ver entonces que aquí el rey, muy ingenuo él, cumple el papel del fanático, aunque con una diferencia: es capaz de permitir que se lleve a cabo una prueba, un experimento, algo que podría darle la razón o no. Daniel, ante su ingeniudad, no puede hacer otra cosa que reírse. Si no fuera por las terribles consecuencias que en muchas ocasiones este punto de vista ha causado a tantas personas, uno podía decir que el fanatismo es motivo de risa.


Amos Oz, escritor israelí que durante un tiempo fue fanático sionista, descubrió que ese no era el camino adecuado y halló en el humor una manera de enfrentarlo y superarlo:

El sentido del humor es un gran remedio. Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor. Ni he visto que una persona con sentido del humor se convierta en un fanático, a menos que él o ella lo hubieran perdido. Con frecuencia los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. 

Tener sentido del humor implica habilidad para reírse de uno mismo. Es relativismo, es la habilidad de verse a sí mismo como los otros te ven, de hacer la cuenta de que, por muy cargado de razón que uno se sienta y por muy terriblemente equivocados que estén los demás sobre uno, hay cierto aspecto del asunto que siempre tiene su pizca de gracia.

Y queda para ustedes muy recomendado su libro "Contra el fanatismo".

Uno puede pensar que ante el fanatismo no hay más opciones que sumarse a él, temblar ante su presencia y sus horrores o atacarlo sin piedad. Pero, ¿por qué no reírnos de su prepotencia o de su ingeniudad al estilo de Daniel o de Amos Oz? Podría ser el comienzo de un milagro que no tiene nada de sobrenatural y muchísimo de humano.

Y ya para terminar, porque me estaba saliendo muy larga esta entrada y ustedes disculparán, pero es que no puedo dejar de emocionarme, de darle "tac, tac, tac" al teclado ni de reírme... "Tac, tac, tac"... Perdón. Para terminar, un poco de humor en la radio. Les dejo este extracto de un capítulo de la serie "El padre Vicente", del profesor Mario Kaplún (el capítulo completo, en la página www.radialistas.net. Se llama "¿Quién es quién?"):

http://radioteca.net/audio/un-cuento-del-padre-vicente-el-catolico-va-al-ciel/