domingo, 23 de noviembre de 2014

"No soy el rey de nada ni de nadie": Jesús de Nazaret.

Siguiendo el ejemplo de mis amigos José Ignacio y María López Vigil, quiero traer a Jesús de Nazaret a nuestro tiempo para que hable acerca de una solemnidad que tiene mucho material para revisar y para pensar: la de Jesucristo, Rey del Universo. Le hice una entrevista que ahora comparto con ustedes.

Carlos Novoa: Gracias por concederme esta entrevista, Jesús.

Jesús de Nazaret: Con todo gusto, Carlos. Pregunta lo que quieras.

C.: Cuando el año va llegando a su fin, la iglesia católica romana celebra la llamada fiesta o solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Mi primera pregunta: ¿es usted el Rey del Universo?

J.: No. Yo no soy el Rey del Universo. No soy el rey de nada ni de nadie. El único rey es Dios.

C.: Pero usted es el Hijo de Dios, y si como dice, Dios es Rey, usted por lo menos es príncipe.

J.: ¿Cómo un campesino como yo, hijo, nieto de campesinos, podría ser rey o príncipe? En verdad, como dices, soy hijo de Dios. Lo soy como lo eres tú, como lo es todo ser humano.

C.: Sus iglesias, quienes conforman esas iglesias, creen que usted es Rey.

J.: En mi tiempo, en el momento de la historia que me tocó vivir, hubo muchos reyes y emperadores. Vivían en medio de grandes lujos, tenían multitudes bajo su mando y, por lo general, disponían de la vida y de los bienes de esas personas a su antojo. Eran crueles y soberbios; algunos incluso se creían dioses. 

Ante el clima de injusticia que esa situación causaba, yo dije, yo propuse muy claramente: nadie arriba, nadie abajo. Todos al mismo nivel, todos iguales, todos hermanos, hijos de un único Padre, que también es Madre. A mis amigas y a mis amigos, a los que conformaron el primer grupo para luchar por el Reino de Dios, yo les dije: ámense los unos a los otros; quien quiera ser el primero, que se ponga al servicio de todos.

C.: Pero según los Evangelios, cuando Poncio Pilato le preguntó si era rey, usted respondió afirmativamente.

J.: Según me han contado, ya que no sé leer los libros de ahora y apenas sabía leer la Ley de mi pueblo, en tres de esos libros que mencionas yo le respondí a Pilatos “tú lo has dicho”: eso que dices lo dices tú,  por tu cuenta o porque otros te lo han dicho de mí; no lo digo yo. Solamente en uno de ellos aparezco diciendo una a una las palabras: “tú lo has dicho: soy rey”.  A Mateo, a Marcos y a Lucas les faltó la mitad de mi declaración. Y al final de cuentas, ¿importa tanto lo que haya dicho o dejado de decir en ese momento en cuanto a esto? Se quedaron dando vueltas alrededor de esa frase, y se olvidaron del resto de mi mensaje, que es mucho más importante.

C.: ¿A qué se refiere?

J.: Mira mis actos y revisa mis palabras. Yo hablé de amor, de compartir, de la Buena Noticia de Dios que era dada a los pobres, a los pobres-pobres, y que era ignorada o atacada por los poderosos, por los que se creían más que los demás. Yo hablé de justicia. Yo pasé haciendo el bien e invité a quien me escuchara a hacerlo también. ¿No es contradictorio todo esto con el hecho de que me llamen rey, sobre todo cuando, insisto, siempre hablé de Dios como el único rey? Y ten en cuenta que Dios no es como los reyes de este mundo. Es totalmente diferente.

C.: ¿Qué pasó entonces, Jesús, para que se llegara a esta situación que usted llama contradictoria?

J.: Mi amigos, la gente que escuchó primero mi mensaje, me tenían muchísimo cariño. Y yo también los quería a ellos. Cuando me fui, para no perder el recuerdo de mis palabras y de mis actos, y sobre todo, para presentar al mundo mi propuesta, tuvieron que presentarme como alguien muy especial que tenía un mensaje muy importante. Tomaron elementos de mi vida y los engrandecieron; incluso, hasta exageraron. Para mí, lo más importante era Dios y anunciar su plan para el mundo. Pero luego, mi figura fue puesta en primer lugar. Me parece que el problema consistió, para empezar, en eso.  

C.: ¿”Para empezar”? ¿Qué quiere decir?

J.: Después de mí, vinieron las comunidades que yo propuse y que divulgaron mi mensaje a partir del ejemplo de poner todo en común. Pero con el paso de tiempo vino también algo que no estaba ni en mi proyecto ni en mi mensaje: una institución con poder y con influencias en la que ya no había esa igualdad, esa hermandad que nos identificaba, sino todo lo contrario. Las comunidades fueron perseguidas, tal y como yo dije que le pasaría a quien optara por la Justicia de Dios. Aquella institución, respaldada por los poderosos de turno, se volvió perseguidora. Y decía que todo lo hacía en mi nombre. Hubo reyes que la patrocinaron y que buscaban su aprobación para justificar su poder y sus abusos. Hubo en esa institución muchos que, llamándose pastores, se creyeron reyes y se hacían tratar como tales. Me invocaban, me llamaban el líder de esas cosas tan terribles, cuando en realidad nada tengo que ver con eso. Traicionaron mi mensaje, lo secuestraron, lo manipularon para cometer abusos e incluso crímenes. Hoy veo que esa situación no ha cambiado mucho desde entonces.

"Esta imagen me escandaliza": Jesús de Nazaret.
C.: En una imagen suya muy presentada durante la solemnidad de la que hablamos, usted aparece con un manto púrpura con bordes dorados sobre los hombros, con un cetro en la mano izquierda y con una corona sobre la cabeza. En algunas versiones, no sólo con una; incluso con dos o tres.

J.: He visto esa imagen y te digo que me entristece, que me escandaliza. Esa persona que allí aparece no soy yo; no tiene nada que ver conmigo ni con mi mensaje. Mírame: ¿cómo estoy vestido?

C.: Usted lleva un manto gastado y en los pies unas sandalias rotas.

J.: Yo denuncié a los reyes y a los emperadores de mi tiempo y por eso me mataron. Ahora me visten con traje de rey y de emperador. Así han justificado muchas cosas terribles. Yo te digo que, si a quienes así me visten hoy les dijera en su cara todas las cosas que dije en mi tiempo, me volverían a crucificar. O me quemarían en la hoguera, o me sentarían en la silla eléctrica.

C.: Sin embargo, se dice que proclamarlo a usted rey del universo  es “relativizar todos los poderes de este mundo, pues no son fines en sí mismos, sino que deben orientarse hacia el auténtico del Reino, el de Dios, que es Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”[1].

J.: Si así fuera, entonces ¿por qué veo que entre ustedes todavía hay quienes se ponen por encima de los demás? Hay algo ahora que ustedes llaman democracia, algo así como el gobierno del pueblo. Pero he visto que esos que eligen para que gobiernen en nombre de la gente en realidad se aprovechan de ustedes y manejan las leyes a su antojo. Esto es tan grave o más que las cosas que conocí en mi tiempo. Y luego esos gobernantes se llenan la boca diciendo que actúan por la paz y la justicia. Por eso no sirve de nada que me llamen rey. Además de falso, es palabrería que no cambia nada. Ahora, yo te pregunto a ti de dónde salió eso de que soy el rey del universo.

C.: Según tengo entendido, La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, fue promulgada en 1925 por el papa Pío XI a partir de lo determinado por el Concilio Ecuménico de Nicea, en el cual se definió el dogma de la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, aparte de las palabras del Credo “y su reino no tendrá fin”[2].

J.: ¿Cuándo fue ese concilio del que me hablas?

C.: Más o menos trescientos años después de usted, Jesús. Y fue convocado por el emperador romano Constantino.

J.: Ya me han hablado de ese emperador. Un personaje que se aprovechó de mi mensaje para afianzar su poder y para salvar su imperio, que ya estaba cayéndose. ¿Cómo no me va a entristecer y molestar que me llamen rey? Y además, tengo entendido que durante aquellos tiempos, mis seguidores, o mejor dicho, los poderosos que decían ser de los míos, perdieron el tiempo definiendo, incluso por la fuerza, quién era yo. ¡Pero cuánto dejaron de practicar mi mensaje; cuánto dejaron de enseñar a los más pequeños, a la gente humilde, a practicarlo en espíritu y en verdad, y en vez de eso los llenaron de miedos y de cargas pesadas, así como hacían los fariseos de mi tiempo, y peor aún!

C.: Finalmente, ¿qué le dice usted a la gente acerca de esta solemnidad de Jesucristo Rey del Universo?

J.: Aquellas personas que entiendan mi mensaje, que dediquen sus vidas a servir a los demás y a luchar por un mundo justo y digno para todas y para todos, jamás me llamaran rey. Le digo a quien me quiera escuchar: no me llamen rey, pues no lo soy. No vine a ser servido ni a ser reverenciado. Vine a servir, a anunciar vida en abundancia y, especialmente, que en el Reino de Dios ya no habrá coronas, cetros ni mantos de lujo. Todo eso se volverá entonces polvo que se lleva el viento.