lunes, 22 de junio de 2015

Liberar la comunicación, liberar las tecnologías

El I Encuentro Internacional de Radios Comunitarias y Software libre lanza una propuesta atrevida y necesaria.

Participantes del I Encuentro Internacional de Radios Comunitarias y Software Libre. www.liberaturadio.org
Uno de los discursos del mundo actual es la sacralización de los cambios, específicamente los tecnológicos. Si las personas no los asumen, si no se adaptan, si no aprenden a manejar los avances, están condenados a quedar rezagados en la Historia; por lo tanto, hay que tenerlos, hay que consumirlos para "ser". No sería extraño que se diga: "manejo tecnologías, luego existo". Pero, ¿por qué? ¿Quién determina eso? ¿Con qué sentido? Y especialmente, ¿a beneficio de quién?

Naturalmente, no estoy diciendo que haya maldad en los dispositivos técnicos de la actualidad en sí mismos. Es como todo: depende del uso que se haga de ellos. Pero es necesario abrir espacios de discusión acerca de la dirección que se les dé y de las implicaciones que esto tiene.

Como una buena noticia cuento a mis lectoras y lectores que se llevó a cabo entre el 11 y el 13 de junio pasados el I Encuentro Internacional de Radios Comunitarias y Software Libre en Cochabamba. En esta ciudad boliviana se citaron comunicadoras y comunicadores de América Latina para tratar el tema de las tecnologías libres en pos de la divulgación de su existencia y la promoción de su uso, especialmente en aquellos medios de carácter comunitario. Se entiende por tecnología libre aquella que no requiere de permiso, autorización o licencia para su uso. 

El Encuentro resaltó la urgencia de considerar que entre las estrategias de dominación de unos pocos países del mundo sobre los demás se encuentra, precisamente, la imposición de sus tecnologías de información. Dichos países no solamente determinan los contenidos que deben tratarse; también determinar los costos y los alcances de los programas informáticos, de los aparatos y de los demás artilugios que se requieren para difundir dichos contenidos. De ahí la importancia de volver la mirada a la influencia de la gestión de las tecnologías en la privatización del derecho a la comunicación.

Momento en un taller del Encuentro. www.liberaturadio.org
Durante la lectura del Manifiesto. www.liberaturadio.org
Además del intercambio de experiencias, de saberes, de esfuerzos y de esperanzas, el Encuentro dejó un documento importante: el Manifiesto de las Radios Liberadas, en el que sus participantes dejaron claro, entre otros puntos, que en su calidad de seres edu-comunicadores demandan a los gobiernos nacionales "el acceso a las frecuencias de radio y televisión"; para ello, es necesario que se hagan evidentes el carácter público del espectro electromagnético y la condición fundamental del derecho a la comunicación. Reiteran su lucha "por democratizar la tecnología y el fortalecimiento de los bienes comunes y la transferencia efectiva de conocimientos, conscientes de los riesgos de no tener control sobre la tecnología que usamos en nuestra actividad comunicativa". 

Así mismo, a manera de invitación a todos los medios comunitarios de Abya Yala -nombre kuna para el continente americano- y del Caribe, el manifiesto propone varios puntos. Entre ellos, iniciar procesos educativos encaminados a la implementación consciente de las tecnologías libres como "herramientas tecnológicas que pueden ayudar a nuestras luchas en defensa de los derechos democráticos (...): la igualdad, la autonomía, la construcción de ciudadanía y la diversidad". Se requieren políticas públicas alentadas desde dichos medios para que la ciudadanía se empodere efectivamente de los medios y para nuevas iniciativas de colonización informática, como internet.org

Y hay más: esas políticas públicas deben también llevar a cabo adecuadamente "procesos de migración de la infraestructura de la administración pública al software libre. Un país democrático debe defender el uso de tecnologías construidas colectiva y colaborativamente, sin imposiciones, ni monopolios, ni restricciones; que promuevan el desarrollo local y la creatividad y persigan el bien común y no únicamente el lucro empresarial. Un gobierno del pueblo debe usar un software construido por ese mismo pueblo". Obviamente que a gente como Zuckerberg, Gates y Slim no les caerá en gracia estas iniciativas. 

Las buenas noticias que llegan desde Bolivia, cuna de la radio comunitaria, deben ser difundidas para que aceptemos el reto de pensar el papel de la comunicación y de las tecnologías en nuestras vidas.

Como se puede apreciar, hay mucha tela para cortar respecto al tema; no me propongo más que lanzar esta piedra de provocación para que quien quiera se aventure a indagar más. Sugiero entonces leer el manifiesto del Encuentro y visitar la página de Radios Libres, una de las entidades que promueven estas iniciativas. En ella encontrarán gran cantidad de material interesante. Y aquí, opciones para descolonizar la tecnología.

lunes, 15 de junio de 2015

Los Padrinos de Tokio, o una hermosa sinfonía hecha de coincidencias

¿Sigue este blog en Japón? Así es, y por una excelente razón.

Afiche de la película Los Padrinos de Tokio
La televisión por cable, alguna vez tan variada y tan interesante, poco a poco se vuelve aburrida, monótona. Si usted quiere ver canales con menos contenidos frívolos o repetitivos, más formativos, pues pague más dinero: tan sencillo como eso. No obstante, tampoco la cosa es tan en blanco y negro. Puede ocurrir un milagro. En alguno de esos canales en los que suele presentarse películas o series muy regulares, pueden presentar alguna joya, algún buen plato audiovisual para el cerebro y para el espíritu. 

Pude ser testigo de esto la semana pasada, cuando en pleno zapping o "canaleo", como decimos en Colombia, preso del tedio, una noche me encontré con Tōkyō Goddofāzāzu, Tokyo Godfathers o Los Padrinos de Tokio, una hermosísima película de anime escrita y dirigida por el japonés Satoshi Kon; se trata de un filme producido hace ya unos cuantos años, en 2003. 

Lo que puede parecer la trillada historia del milagro en Navidad ha sido relatada por Kon y su gente de una manera absolutamente original, rebosante de humanidad, de humor y de acción. Tres mendigos, en un frío diciembre de la capital japonesa, encuentran una bebita recién nacida abandonada entre un montón de desechos. Lo que para ellos al principio es tan sólo una casualidad, se convierte en un viaje épico cuya finalidad es devolver la niña a sus padres.

Un trío conformado por habitantes de la calle: el alcoholizado Gin, la fugitiva adolescente Miyuki y el transexual Hana se encuentran y se desencuentran, de muy variadas maneras, por cuenta de la misión que asumen. Se hacen un propósito, no obstante sus diferentes puntos de vista, sencillamente porque sí, porque no es correcto que una bebita esté perdida en la gran urbe sin tener quien la cuide como necesita, que esté lejos de quienes la aman y la esperan. Cada uno de los integrantes de esta extraña familia tiene su historia con sus propios personajes, que van apareciendo de
manera muy atractiva a lo largo de la cinta, con motivos específicos. Sobre todo, para alimentar una de las características más llamativas de Los padrinos, esta es, el poder creer que las coincidencias importan y que se pueden narrar sin caer en lamentables tonterías.

Porque ocurre que la película es una sucesión poética, sinfónica, de hechos increíbles que no son lógicos pero que, en la dinámica de la historia - y, hasta cierto punto, por cuenta del lugar de los hechos-, no parecen descabellados. Solamente así pueden encontrarse en la misma historia miembros de la yakusa, la Cruz Roja, drag queens, adolescentes que causan daño por deporte, un cementerio japonés de acceso público repleto de ofrendas a los antepasados y a los seres queridos ausentes, loterías con números ganadores improbables, sicarios latinoamericanos de buen corazón y bien acompañados, un discurso aparentemente cristiano pero edulcorado y estéril, parejas que pasan de la felicidad al fracaso en un abrir y cerrar de ojos, vecinas bien informadas de los infortunios del prójimo, hombres que pueden recibir en toda regla el título de madres, usuarios de trenes urbanos asqueados, borrachos de corbata que se pierden en el anonimato cuando lo insólito aparece...

Si bien es obvio decir que no es lo mismo vivir en las calles de Tokio que hacerlo en las calles de Cartagena, de Kolkata o de Puerto Moresby, gracias a la película uno logra encontrarse con la realidad de estas personas sin que se caiga en el discurso facilista de "ellos, los pobrecitos". Los padrinos es una especie de reivindicación de los marginados que no los eleva a los pedestales, inaccesibles por irreales, pero que sí ofrece una interesante alternativa: mostrar, a partir de ellos, el ser capaz de dar la vida por lo correcto movidos por un impulso extraño a la razón, sin poseer nada... Aparte de ese sentido del deber. Es un canto al actuar con heroicidad sin tener pinta de héroe ni súper-poderes, propios o comprados, porque el heroísmo en realidad es atreverse a hacer las cosas bien porque es necesario.

Hay que decir también que el doblaje al español "latino" le ofrece al filme un brillo extra, especialmente por el trabajo del actor Gerardo Reyero, encargado de la voz de Hana, el transexual, ya que se trata de un personaje que se mueve entre las exageraciones más patéticas y divertidas y la sensibilidad más delicada y dulce. Reyero logra aumentar con su voz estas características, haciendo de la estrafalaria heroína una figura inolvidable.

Recomiendo entonces a mis lectoras y lectores ver Los padrinos de Tokio, o volverla a ver, si ya lo hicieron. Afortunadamente, se puede encontrar en Internet. Y les sugiero después "echarle un ojito" a un pequeño documental sobre cómo se hizo la película. Está en japonés, pero una vez vista la cinta, se puede disfrutar:




Las puntas

Hablando de cine animado: cada quien puede gustar o no gustar de la nueva película de Dago García, Reguechicken. Lo que sí es cierto es que a esta hora los abogados de Disney deben, o deberían, estar detrás del señor García: es obvio que el pollo colombiano es igualito al pollo estadounidense. Sólo que más alto, me parece. A menos que...

El 14 de junio es el día mundial de la donación de sangre. Ustedes, que pueden hacerlo -yo no, lamentablemente. Larga historia-, háganlo. En serio. Créanme que esto sí que es justo y necesario. Y si quieren, conviértanse en donantes de órganos. Este audio, producido por las compañeras y los compañeros de Radialistas, sirve de inspiración.

lunes, 8 de junio de 2015

¡Haga su haikú!

Un intento poético en medio de la sorpresa y de la polémica.

Ariana Miyamoto. Fotografía tomada de arteymedio.com.do

Japón, la Tierra del Sol Naciente, país donde las tradiciones y las novedades se han acoplado de manera asombrosa, donde su gente ha dado ejemplo de cómo salir adelante tras catástrofes tremendas, hoy da de qué hablar al mundo por cuenta de un concurso de belleza.

Para participar en el certamen Miss Universo, ha sido elegida como representante de niponas y nipones Ariana Miyamoto, de 21 años. Su designación ha generado sorpresa y polémica en Japón porque Ariana "no parece" japonesa, aunque de hecho lo sea. Sucede que Miyamoto es hija de una japonesa y de un estadounidense afrodescendiente, y los rasgos que heredó de este son mucho más notables en ella. Físicamente, Ariana se parece más, digamos, a Candice Patton que a Yoko Ono. 

Este detalle ha hecho que cierto sector de la opinión pública nipona se pregunte cómo es posible que una persona como Miyamoto pueda entenderse como modelo de lo que es ser japonés. Caramba, si se supone que nuestras chicas son bajitas, de ojitos rasgados y de piel amarilla, afirman esas personas -y uno se pregunta entonces por qué no las dibujan así en los manga-. Se ha planteado entonces una discusión en torno a ese tema. Un tema común a todas las sociedades humanas que se practica diariamente pero que suele ser ignorado o minimizado: la discriminación. ¿Discriminación en Japón? Pues parece que sí. La verdad, lo extraño sería que no la hubiera también allí.

Miyamoto ha declarado que su objetivo al participar en el certamen es llamar la atención acerca de la segregación que tienen que enfrentar en Japón los hafu o mestizos -la expresión viene de la palabra inglesa half, mitad-; de hecho, ella lo hace a partir de su propia experiencia. Es una variación interesante frente a los estereotipos relacionados con los reinados de belleza y sus motivaciones. Y de paso, un  implacable  generador de preguntas a todas las naciones y comunidades: ¿qué tan abiertos somos frente a la diferencia? ¿Todavía le damos a nuestras identidades connotaciones de pureza? ¿Qué pueblo de la tierra no ha tenido una actitud segregacionista frente a otros? En plan de barajar posibilidades, ¿qué pasaría si la nueva señorita Angola fuera de madre ucraniana y de padre angoleño, más parecida a su mamá que a su papá? ¿Le darían a este caso el mismo tratamiento mediático internacional que al caso de Ariana? Y si la señorita Colombia de 2018 fuera la representante del departamento del Cauca perteneciente a la comunidad nasa, ¿cómo reaccionaríamos

Amin Maalouf
Fotografía tomada de
http://imagenes.publico.es/
En su hermoso libro Identidades asesinas, el escritor franco-libanés Amin Maalouf habla de los fronterizos, de aquellos que como él han vivido en más de un contexto nacional o cultural, que se identifican por igual con todos ellos pero que son obligados a escoger uno solo como "su identidad": "Desde que dejé el Líbano en 1976 para instalarme en Francia, cuántas veces me habrán preguntado, con la mejor intención del mundo, si me siento 'más francés' o 'más libanés'. Y mi respuesta es siempre la misma: '¡Las dos cosas!' Y no porque quiera ser equilibrado o equitativo, sino porque mentiría si dijera otra cosa. Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Eso es justamente lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?". Esta situación, según señala el escritor a continuación en su texto, plantea no pocas situaciones de violencia: la amputación ha sido padecida por muchos en el mundo por cuenta de presiones externas.

¿Cómo encarar esa violencia? Enfrentando al purismo con subversión, pero no la de las armas, sino la que nos permite el arte. Esta subversión surge, aunque suene extraño, del deseo respetuoso de conocer y, partir de este conocimiento, de romper las barreras que separan a las personas, de tirar abajo las "verdades absolutas" que no permiten los intercambios fructíferos. Esto es parte del valor de lo artístico.

Y ya que hablo de Japón, si usted que me lee ha intentado versos alguna vez, quizás se interese en el haikú, probablemente la forma poética más famosa de aquel país. En pocas palabras, consiste en hacer estrofas de tres versos: el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco nuevamente, preferiblemente sobre temas relacionados con la naturaleza y sobre lo que siente el poeta cuando la contempla. En actitud subversiva, ¿por qué no animarnos a hacer haikús? Al fin y al cabo, la Orquesta de la Luz es japonesa, pero toca salsa. ¿Por qué occidentales no podrían hacer haikús? 

Aprender unos de otros, como un proceso en el que también es posible el error, es lo que nos hace verdaderamente humanos. Aprendizaje sin yerros no es aprendizaje.

Acá les presento unos ejemplos, o mejor, unos intentos de haikú, de mi cosecha:

Abre la prensa:
¿cómo sabes si es libre
o vil negocio?

Carajo, qué bien
se siente tomar agua
mientras se pueda.

El ukelele,
siendo tan chico, canta
con gran claridad.

Guitarrita azul
de doce compases, tú;
yo, aquí te toco.

¡Hey! Armónica,
me besas en la boca
y el tren se marcha.

Maestro, acá
sigo escuchando su voz.
Algo hay que hacer.

Verde campo; hoy
te recuerdo en infancia.
Correr entre vacas.

Viejos libros, ¡Uy!
¿Cómo podría lanzar
sus hojas al mar?

Haikús tomados de perroantonio.com

Y ahora usted, que me lee, ¡haga su haikú!

lunes, 1 de junio de 2015

Conversar con la gente

¿Qué debe aprender nuestra infancia? ¿A no hablar con desconocidos, o lo contrario?

Una ilustración respetuosa del texto de Carlo Collodi:
Pinocho, el zorro y el gato según Francis Phillips,
para la colección Cuenta Cuentos de Editorial Salvat, 1984.


Hace muchísimos años, en una de esas visitas a familiares lejanos, mi curiosidad libresca me puso en las manos una de esas enciclopedias para menores producidas por la compañía Disney. Era algo así como un listado de consejos para niñas y niños ilustrado, ejemplificado, con todos esos personajes edulcorados que ha creado o de los que se ha hecho propietaria -para edulcorarlos- aquella corporación del entretenimiento. Lo único que recuerdo de aquella rápida ojeada es una imagen del limitadísimo Pinocho disneyano acechado por el zorro y el gato, que en la película de 1940 fueron, supongo, arbitrariamente bautizados como J. Worthington Foulfellow -o "el honrado Juan", vaya ridiculez- y Gedeón, respectivamente. Cuánta italianidad. Pobre Carlo Collodi.

Pero no es de la ilustración de lo que quiero contarles, sino de su motivo: aquella acompañaba a un artículo, o algo así, que se titulaba "no hables con desconocidos". Había un dibujo adicional algunos párrafos después: una niña pequeña hablando con un hombre vestido con una gabardina negra, de rostro especialmente retocado para que los jóvenes lectores sintieran repulsión.

¿A quién de nosotros no le dijeron una y otra vez esa misma frase? No hables con desconocidos, nunca, jamás; eso no se hace, es peligroso, puede pasarte algo malo, no puedes confiar en nadie que no sea de la familia. Agregue usted la frase que le dijeron y que no está en esta lista. Claro: hasta cierto punto, es verdad. No todo es bondad en este mundo loco. Obvio que querían protegernos, obvio que había razones para hacerlo. Es apenas natural, justo y necesario que hay que enseñar a nuestras niñas y a nuestros niños a cuidar de sí mismos y a no dejar que nadie pase por encima de su integridad física y mental, de su dignidad. Esto mismo vale para los adultos. Hasta aquí, razonablemente, estaremos todos de acuerdo.

Sin embargo, bien mirada la situación, lo que constituye una norma de seguridad para proteger a nuestra infancia puede convertirse, a la larga, en un gran limitador de su identidad humana. Porque somos seres comunicativos; nuestra vida está construida sobre vínculos que establecemos con todo tipo de personas, con la naturaleza, con nuestro entorno. Cuando decimos, con buena intención pero quizás excesivamente, "no hables con desconocidos", limitamos, hacemos que sea abandonada incluso, esa parte de nuestra identidad que tanta falta hace desarrollar: la identidad de comunicadores creada especialmente en función de nuestros semejantes. No me parece descabellado decir entonces que, cuanto más la expandimos, más sentido tendrá nuestro paso por este planeta. Descubriremos más elementos interesantes y útiles, aprenderemos más cosas de provecho para nosotros y para los demás, hallaremos -frase de cajón siempre necesaria- pistas para lograr hacer de este mundo un mejor lugar. A comunicar se aprende conversando; conversando con lo que nos rodea, con quienes nos rodean, especialmente con aquellos que están más allá de nuestro primer círculo. A comunicar se aprende conversando con la gente.

Salir del cascarón de la familia, cosa que cualquier persona tiene que hacer necesariamente, implicará un encuentro con el Otro, con ese desconocido, tarde o temprano. En dicho encuentro, muchas cosas que pueden beneficiarnos o perjudicarnos como personas o como integrantes de la especie se pondrán en juego. ¿Qué tan preparado está el sujeto -o preparada la sujeta- para este cruce de significados a partir de haber escuchado desde el comienzo, reiteradamente, el "no hables con desconocidos"?

Muchos manuales de crianza y de educación dan claves a madres y padres para enseñar a sus pequeños a no hablar con los desconocidos. Pero quizás lo que hay que hacer es justamente lo contrario: adiestrarlos para que sepan hablar con ellos. ¿Y cómo conjurar el peligro? Pues con el ejemplo y con la compañía. ¿Por qué no entablar diálogo con el tendero, la secretaria, el policía, la vendedora de jugos, el abuelo, el habitante de la calle, la prisionera, como un esfuerzo conjunto del adulto y del niño? ¿Por qué no nos animamos, como adultos, a salir de nosotros mismos para encontrarnos con los demás y hacemos que nuestros niños nos acompañen en este proceso, y de paso, los acompañamos también a ellos? ¿Por qué no aprendemos a escuchar y, mientras lo hacemos, dejamos que a nuestro lado los chicos aprendan a hacerlo?

Toda la vida nos han alertado acerca del peligro de encontrarnos con el Otro: es la competencia, el que nos robará y nos estafará, el que destrozará nuestros juguetes si se los prestamos o nuestra vida si confiamos en él. A mí, la verdad, me parece que hay más peligro en no encontrarnos con él, porque cuando no lo hacemos nos volvemos egoístas, retraídos, interesados, mezquinos, violentos; nos volvemos, justamente, aquello que queremos evitar. Vale la pena reiterar que el encuentro es siempre un riesgo: es una ley de la vida. Pero también es un aprendizaje. Guardadas proporciones, si Pinocho no se hubiera encontrado con el zorro y con el gato, no hubiera aprendido nunca a evitar ser engañado ni a valorar a las personas que de verdad lo querían. 

Y por cierto, Collodi cuenta que Geppetto, el buen Geppetto, al comienzo de la historia mandó a Pinocho a la escuela solo. No lo acompañó. Lo dejó al garete, digámoslo así, en un mundo al que el muñeco de madera veía por primera vez. Si lo hubiera acompañado, si lo hubiera llevado de la mano en esa primera salida, otra historia se hubiera contado, ¿no creen?

La punta

Parece que el mundo ahora sí se va a acabar: la FIFA es más poderosa que la ONU y lo que pase allí afecta, al parecer, el equilibrio geopolítico del planeta -¿cuál equilibrio?-. Mientras tanto, niñas y niños siguen pateando la pelota en las plazas y en las canchas.