miércoles, 28 de septiembre de 2016

Carta abierta al futbolista Daniel Torres

El deportista colombiano dice a Juan Manuel Santos que "Jesucristo es el único que puede traer esa paz que tanto anhelamos". 


Daniel Torres.
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Respetado Daniel:

Escribo este mensaje ante todo con mis mejores deseos para usted y los suyos, aclarando que hubiera preferido compartir las siguientes ideas en un encuentro personal, al son de buenas tazas de café, en vez de hacer un escrito público. Pero las circunstancias personales de cada uno de nosotros en el presente lo impiden. Además, el tema que trataré, en el contexto actual del país, merece una difusión y una reflexión amplias.

Ciertos medios colombianos se han referido en las últimas horas a un video-mensaje publicado por usted, dirigido al presidente de la república Juan Manuel Santos, en el que manifiesta su desacuerdo con la gestión del mandatario, especialmente en lo relacionado con el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP). Su principal argumento es, en sus propias palabras, que "el centro de su gobierno (el de Santos) y de esta negociación no es Jesucristo. Jesucristo es el único que puede traer esa paz que tanto anhelamos. Esa paz que sobrepasa todo entendimiento". También señala que el gobierno actual y sus acciones "no son de Dios ni vienen de Dios" y habla de Jesucristo como aquel que orienta a la ciudadanía a tomar "la mejor decisión". "Esto no se trata de religión", también lo dice usted, "esto es la verdad".

Antes de compartir mi opinión acerca de sus argumentos, debo aclarar que no soy santista, ni uribista, ni pertenezco a ningún "ismo" político -o mejor dicho, politiquero-. Nací en un hogar cristiano católico y me considero seguidor del mensaje de Yeshua de Nazaret, el campesino galileo tradicionalmente identificado en Occidente como Jesucristo. En pocas palabras, digamos que soy un cristiano no institucional.

Creo, Daniel, que usted tiene todo el derecho de expresar su desacuerdo frente a las acciones del gobierno actual y de los recientes sucesos en nuestro país. También me parece que el tono de su video es respetuoso, lo cual en la situación que vivimos merece ser reconocido. Tenga por seguro que no le considero un fanático y que no es mi intención atacar sus creencias. No obstante, desde lo que sé de la historia de la iglesia y desde lo que escucho, observo y vivo a diario, tengo que señalar que sus argumentos religiosos -porque lo son, a pesar de lo que usted dice- no son los más adecuados para alimentar su posición. Dichos argumentos tienen un origen, y de eso quiero contarle.

Hablemos, para empezar, de historia. Si ha existido un momento de cambio determinante para la iglesia-comunidad propuesta por Jesús en Galilea, desarrollada por él junto a un puñado de pescadores y de mujeres, ese es el día en que pasó de ser perseguida por el Imperio Romano a ser reconocida por este como el movimiento religioso principal dentro de sí. Este hecho, aparentemente feliz, tuvo sin embargo un alto precio: los dirigentes de aquellas comunidades de creyentes pasaron de ser profetas anunciantes del amor y denunciantes de injusticias en aquel imperio complejo, a ser funcionarios de una nueva entidad: la iglesia-institución, la iglesia católica, aliada y en no pocos casos servidora del estado romano en aquella época. Esta iglesia es la raíz de prácticamente todos los movimientos cristianos de la actualidad. Y aquel reconocimiento fue una jugada maestra de los emperadores romanos para sostener su poder y para mantener un imperio cansado que, finalmente, colapsó. El campesino galileo de las sandalias rotas y el manto gastado pasó a ser -fue pasado a ser, mejor dicho- un personaje sentado en un trono con lujos y prebendas. Jesús-emperador, emperador-Jesús: esa fue la relación que se estableció entre ellos. Una extraña ecuación, una enorme contradicción, ya que el humilde nazareno fue crucificado, entre otras cosas, por negarse a reconocer la supuesta divinidad y la patente arrogancia del gobernante romano.

Desde entonces, prácticamente cada gobierno en Occidente permeado por ese cristianismo institucional consideró que todas las personas en su territorio -y fuera de él, incluso- forzosamente tenían que seguir los postulados de la iglesia-institución. Y de acuerdo con esta lógica, todo lo que no fuera cristiano era considerado nocivo. La iglesia-comunidad perseguida pasó a ser la iglesia-institución perseguidora, impositiva, negadora de otros puntos de vista, hóstil a otras formas de ver el mundo, empeñada en que todas las personas asumieran su cosmovisión. Y todavía hoy vemos pinceladas -es una manera de hablar- de esta actitud. Por ejemplo, en sus palabras, Daniel, sea usted  o no consciente de esto.

Pretender que Jesucristo, el institucional, el coronado de gloria y majestad entre lejanas nubes, sea el centro de un grupo social, de una nación, es un error histórico que a la humanidad le ha costado sangre, sudor y lágrimas, como decía Winston Churchill. Nos ha costado miles, incluso millones de vidas a nivel mundial durante siglos: ¡nunca sabremos cúantas! Y ese error surge de asumir que Jesús piensa y siente igual que las personas que dicen representarle, sea en la parroquia, en la catedral o en el lugar de culto. Y es que una tendencia fatal es que buena parte de quienes dicen expresar la voluntad de Jesús desde centros de poder político o eclesiástico en realidad han manipulado su mensaje. Es más: lo han traicionado. Un ejemplo basta: las cruzadas. Y seamos honestos, Daniel: ¿cómo cree usted que sería recibido Jesús si volviera a la tierra? ¿No sería recibido por nosotros, quienes decimos ser sus seguidores, con un "para qué vienes a molestarnos" y lo lanzaríamos a una hoguera, como imagina en uno de sus libros el gran escritor Fíodor Dostoyevski? -puede escuchar esa historia aquí-. Su mensaje de justicia nos incomodaría tanto hoy como incomodó en Galilea y en Judea hace ya casi 21 centenares de años. No lo soportaríamos. Y haríamos todo lo posible por deshacernos de él.

Porque resulta que nos quedamos con el Jesucristo coronado, aséptico y edulcorado en el que usted y yo hemos creído -en el que nos han hecho creer- que, entre otras cosas, "viene a traernos la paz" como quien viene a colocar una vacuna sin que tengamos que mover un dedo, y rechazamos al nazareno que no tenía dónde reclinar la cabeza y que gritaba por las calles: "busquen el Reino de Dios y toda su justicia", es decir, esfuércense, ámense entre ustedes con obras de misericordia, denuncien los abusos y la hipocresía de los poderosos, den de comer al hambriento, perdonen a sus enemigos, oren por quienes los persiguen, asuman la responsabilidad de las decisiones que ustedes toman, no vendan ni entreguen sus decisiones a otros que buscan aprovecharse de ustedes, tengan criterio propio, den su vida por un mundo mejor. Si optamos por Yeshua el campesino en vez de por Jesucristo -valga aclarar, si nos quedamos con el mensaje y no nos prendamos del personaje-, en nuestro contexto como creyentes, lo que usted y yo consideramos "la verdad" no tiene que ser la verdad para todo el mundo. Esto se debe a que la vivencia del mensaje cristiano, Daniel, es ante todo personal: puede responder -como puede que no- a las preguntas y expectativas de cada ser humano que se acerca a él. Y de lo particular, en las acciones de cada individuo, pasa a lo general. Como he intentado explicar, el proceso contrario -de lo general a lo particular, y como imposición- ha sido un camino fallido. 

Otro detalle, Daniel: la institucionalización histórica del cristianismo en nuestro país nos ha puesto una venda en los ojos que no nos deja ver que aquí no todos somos cristianos. Hay creencias nativas, hay judíos, hay musulmanes, hay budistas, hay hinduistas, un largo etcétera de espiritualidades que, aunque minoritarias, están aquí, aunque no pocos pretendan hacerlas invisibles. Hay también ateos. Tengo amigos ateos -a quienes también les escribí una carta- y amigos no cristianos desde hace años y desde hace poco. En ellos, como en toda persona, hay luces y sombras. Estoy convencido de que el Dios de la Vida que anunció Yeshua está también con ellos, en ellos. Y me siento feliz de que estén en mi vida; los quiero muchísimo, porque me han enseñado a pensar, a sentir de maneras diferentes, sin dejar en ningún momento de lado mi identidad en Jesús. Nunca he dejado de creer en lo que creo para interactuar con ellos, ni estas interacciones me ha obligado a cambiar mis creencias; al contrario, lo que creo me ayuda a encontrarme con ellos de una manera digna, alejada de facilismos y de romanticismos inútiles. Por ellos, por sus familias, por el enorme valor de sus ideas, de sus creencias y de sus sentimientos, yo no puedo decir lo que usted dice: que Jesucristo es la única opción posible y válida. Y mucho menos ir por ahí imponiéndoles esta idea. Decir y hacer estas cosas sería negarlos, neutralizarlos, deshumanizarlos. Y, en relación a ellos, lo que mi fe me anima a hacer es todo lo contrario.

La paz que usted, yo y mucha gente sueña no llegará solamente porque el nombre de Jesucristo esté escrito con fina caligrafía en las constituciones, en los acuerdos o en los decretos gubernamentales, ni porque los que estén en el poder se la pasen cacareándolo a cada rato. Eso es estéril, Daniel: ¿no dice Jesús "por qué me dicen 'señor, señor', pero no hacen lo que les digo"? Las cosas cambiarán más bien cuando la propuesta ética de Yeshua, el de Nazaret -ética similar a la de muchas otras vivencias espirituales en el mundo, al punto de hablarse de una "ética universal"-, se ponga en práctica en la cotidianidad, en la vida personal de quienes decimos seguirle. Cuando nos juntemos todos en la causa común de construir un país mejor desde y con nuestras diferencias, como si fuéramos un coro de múltiples voces con variadas alturas y timbres que cantan la misma canción: la esperanza. Y de manera especial, cuando los cristianos entendamos que el anuncio del Evangelio es un compartir que no implica de ninguna manera convencer, obligar o adoctrinar, que respeta el derecho de elección de cada quien, el derecho de creer de cada quien. Cuando dejen de existir actitudes extremas y dañinas como las de gente que, diciéndose cristiana, afirma que tomará las armas para imponer sus ideas, actitudes surgidas -lamentablemente- en este momento particular de nuestra historia. Esto me horroriza y confío en que usted también sienta lo mismo. 

No pretendo convencerlo de nada, Daniel. Simplemente le invito a pensar. Y con esta invitación concluyo mi carta. 

Reitero mis mejores deseos para usted y los suyos.