lunes, 27 de julio de 2015

Sobre el enredo de contar a Santa Laura en la televisión

La batalla entre las herederas de la santa colombiana y el Canal Caracol tiene solamente una víctima.

Santa Laura Montoya
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6a/Beata_Madre_Laura.JPG


Cuando anunciaron que el Canal Caracol haría una versión de la vida de la madre Laura Montoya, canonizada por el Vaticano en 2013, lo primero que pensé fue: "bueno, ya encontraron otro filón diferente a los narcos y a los ídolos musicales populares". Tras ver El abrazo de la serpiente, pensé que podría existir un re-planteamiento de lo que ha sido durante los últimos años narrar historias colombianas en la televisión. No se puede negar que nuestros medios tienen que contar las realidades nacionales, por más dolorosas o polémicas que sean. Pero de ahí a pensar que Pablo Escobar y Diomedes díaz son la única alternativa, sobre todo porque se cree que "eso es lo que quiere la gente", que "en Colombia no hay más para narrar que eso" o que "las historias que no tengan sangre o parranda no venden", hay mucha diferencia y nos vamos por otro camino.

Como yo mismo, ahora, me estoy yendo. Vuelvo. En días pasados leí en la prensa que hay polémica acerca de la serie sobre la madre Laura que ha anunciado Caracol. La congregación Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, comunidad fundada por la santa paisa, ha declarado que la producción del canal no es fiel en su totalidad a la hora de contar la vida de su instauradora: "la comunidad argumenta que en la publicidad (de la serie) se observan 'relaciones de carácter amoroso que nunca existieron, así como diálogos de mal gusto entre hombres criticando su aspecto físico (el de la madre Laura) y los dotes de futura esposa, entre otras situaciones que no fueron reales'. Para la congregación, 'lo anterior da lugar a que los televidentes seguidores de la serie en mención consideren como ciertos y reales los hechos que allí se describen'". 

Agrega la información que "según la hermana Ayda Orobio Granja, de la comunidad, 'a pesar del acercamiento realizado por la Congregación [sic] con Caracol Televisión S. A., para que le permitiera conocer el guion [sic] de la serie, a fin de evitar escenas de ficción que llevaran a los televidentes a tomar como ciertos hechos, expresiones y manifestaciones que no se presentaron, la programadora no aceptó el diálogo impidiendo el conocimiento del guion  [sic]'. Y argumenta que 'la congregación no ha autorizado a Caracol el uso de la expresión Laura o el nombre madre Laura o madre Laura Montoya'". Ante la situación, Caracol ha preferido no pronunciarse, debido a que existe un proceso judicial en curso relacionado con el caso.

Recapitulando, las escenas empleadas a manera de publicidad con las que no está de acuerdo la congregación se refieren a:

a) Relaciones de carácter amoroso que nunca existieron en la vida de santa Laura.

b) Diálogos de mal gusto entre hombres criticando su aspecto físico y sus dotes de futura esposa -se asume que se habla de los dotes de la madre en caso de haberse casado, y no con Jesús de Nazaret, figura que suele emplearse cuando se habla de la consagración femenina en la Iglesia Católica-. 

Lo primero que pensé cuando me enteré de este conflicto fue que se debía a algún desacuerdo o una mala decisión narrativa en relación con la obra social de la madre Laura, con sus luchas y en general con sus actividades como educadora y como misionera. No me imaginé en ese momento que el asunto, en realidad, gira en torno a situaciones sentimentales y a críticas al físico y a las cualidades maritales de la santa. 

Si al final ella decidió ser religiosa, y lo fue, ¿importa algo preocuparse por el mundo paralelo en donde ella se casó y tuvo hijos y, en general, por las relaciones de pareja que pudo tener? Está bien: una cosa es el final del siglo XIX y otra muy diferente el comienzo del siglo XXI. No se pueden contar los encuentros amorosos entre las personas de hace décadas con los criterios que actualmente predominan. Hubo entonces dinámicas diferentes, códigos sociales específicos que hoy ya no aplican. Sin haber visto la publicidad ni la serie, me atrevo a pensar que es posible que el Canal Caracol haya ignorado la diferencia planteada. Pero me parece, por tendencia que he percibido en la iglesia-institución, que la comunidad de la madre Laura se muestra preocupada por lo romántico, por el afecto amoroso entre seres humanos -una situación a todas luces natural en nuestra especie- que parece vedado a la santidad, en especial a la santidad de los consagrados. En especial, vedado a los consagrados canonizados. Y vedado a la santidad de Laura Montoya, una mujer. Los santos deben ser tan de palo o de yeso como sus imágenes y más aún si son santas. De acuerdo: el canal pudo emplear arbitrariamente la faceta amorosa para darle "fuerza" a la narración. Pero, ¿y si la hubiera usado para generar empatía entre la madre y los televidentes -obviamente, si la hubiera usado bien-? ¿No se supone que la idea es generar lazos realistas entre los santos y la gente mostrando esos elementos comunes que permiten identificaciones, las cuales hacen que comprendamos mejor la propuesta de quien ha seguido un buen modelo de vida?

Valga la oportunidad para pensar qué tan lejos está -o qué tanto hemos alejado- lo amoroso, lo romántico, lo erótico y lo sexual de la santidad, especialmente de la santidad femenina. 

Por otra parte, me sorprende que la comunidad manifieste inquietud respecto a las opiniones frente al físico de la madre Laura. ¿No se supone que lo más importante en su vida es, repito, su obra, su aporte como mujer, como religiosa, como educadora? ¿A qué viene ahora hacerse líos por cómo se vio físicamente? ¿Quién de nosotros nunca ha recibido una crítica por cuenta de nuestra cara, nuestro cuerpo, nuestra forma de vestir o de movernos? ¿No la recibió alguna vez la madre Laura? ¿Le habrán importado a ella esos comentarios? ¿Es pecado siquiera insinuar estas preguntas? Aquí aparece un punto de vista en el que, de alguna forma, están de acuerdo la comunidad y el canal: la belleza física -en canones occidentales- es importante en la santidad. No por nada el papel de la madre Laura en su madurez lo interpreta Linda Lucía Callejas, actriz, modelo y ex-reina de belleza. ¿Será el concepto de lo físico tan importante cuando pensamos en la santidad, y ojo, en la santidad de una mujer? ¿Estarían tan preocupados los franciscanos por el físico del actor que interprete al Pobrecillo de Asís cada vez que se haga una película acerca de su vida?

Las actrices Linda Lucía Callejas (izquierda) y Julieth Restrepo,
que interpretan a la madre Laura en la serie del Canal Caracol.
http://www.elcolombiano.com

Aún más: me preocupa muchísimo que la comunidad manifieste que no le dio permiso al canal para hablar de la madre Laura en términos que utilizaría cualquier multinacional que maneja contenidos con copyright y que tiene a su disposición una legión de abogados pagados para defenderlos, cueste lo que cueste. Desde luego que el canal, por lógica, debió contar desde el principio con las Misioneras para elaborar el relato. Es natural que las hermanas manifiesten su descontento con el hecho de que el medio las ignorara. Pero ¿hacerlo argumentando que "la congregación no ha autorizado a Caracol el uso de la expresión Laura o el nombre madre Laura o madre Laura Montoya"? Eso suena a que habrá demandas a cualquier pareja que decida en estos días bautizar a su bebita con el nombre Laura o a cualquiera cuya mamá se llame Laura y le diga "madre Laura, la quiero mucho". ¿Exageración? Happy birthday to you, la canción que se canta miles de veces al día en todo el mundo cuando alguien cumple años, tiene derechos de copia registrados en 1935 y no se extinguirán hasta 2030 en Estados Unidos, lugar donde nació. Cuidado, entonces, como lo que usted canta en la próxima fiesta. ¿La santidad también tiene copyright? La madre Laura, ¿es la fundadora de la congregación, o es propiedad de la congregación? 

Ahora, supongamos que el canal hubiera pensado: "contar con la congregación para que nos colabore con el guión implica que tendremos que presentar la historia según ellas la entienden, de una forma que no siempre corresponderá con la realidad porque su objetivo será sublimar a su fundadora y no manifestar rasgos de humanidad que pueden entenderse como pecaminosos". ¿Será esta suposición tan descabellada?

Si bien aplaudo que haya pensado en otras opciones narrativas, es bien claro que el objetivo del Canal Caracol no es, ni mucho menos, evangelizar o crear una imagen justa de cualquier figura que pueda dar pie a una producción televisiva para el beneficio de la teleaudiencia. El objetivo del canal es claro: vender. Insisto en que también le faltó tacto para abordar la imagen de la santa, esto es, sensatez para involucrar en el proceso de forma adecuada a quienes hoy son las herederas del legado de la madre Laura. Pero creo que estas, a su vez, se están preocupando por detalles que no son esenciales a lo que representa verdaderamente la vida y los hechos de la religiosa antioqueña y acuden a argumentos que ignoran condiciones elementales de la humanidad que aplican para cualquier individuo de la especie Homo sapiens sapiens -entre ellos, santa Laura- y que no se esperan de cristianos consagrados sino de cualquier profeta del neoliberalismo. 

En medio de esta batalla, el único que pierde es el televidente, quien merece que buenos ejemplos sean narrados con honestidad y con sensatez. 

martes, 21 de julio de 2015

El tesoro de los Cuenta Cuentos

Buenos recuerdos hechos de cartón y de casete. Un punto de vista totalmente personal.

Ilustración de Paul Bonner para El Martillo de Tor, de los Cuenta Cuentos

Hasta donde yo sé, el ser humano es el único animal que conserva cosas a las que llama "tesoros". Hay objetos que van más allá del uso o del consumo, de la inmediatez y del afán de satisfacer caprichos fugaces. Hay objetos que forman, que educan, que construyen imaginarios, mundos personales e incluso personalidades. Hay objetos que se conservan porque son el puente con los buenos momentos del pasado, que permiten evocarlo sanamente sin llegar a añoranzas inútiles. Así entiendo yo lo que son los tesoros.


Ilustración de Francis Phillipps
para Pinocho
En la década de 1980, Salvat Editores era sin duda una de las mejores y más reconocidas casas productoras de libros en España y en América Latina. Si un padre o una madre de familia quería y podía dar textos a sus hijos en aquella época, seguramente adquiría títulos de Salvat. Enciclopedias: esas eran la especialidad de aquella empresa originaria de Barcelona. Pero también tuvo una joya entre las manos, y esa era Cuenta Cuentos, "una colección de cuentos para mirar, leer y escuchar", como se promocionaba entonces.

¿Cuántos hispanoparlantes aprendieron a leer, a escribir y a disfrutar de la voz humana al amparo de los Cuenta Cuentos? Quién sabe. El caso es que aquellos maletines azules -un juego de cuatro: dos para los veintiséis libros y otros dos para sus correspondientes casetes- son referencias históricas: se trataba de un enorme esfuerzo editorial, hecho a conciencia, para reunir obras de literatura infantil de calidad, seleccionadas entre lo antiguo y lo moderno, entre lo sentimental y lo humorístico, entre lo tradicional y lo audaz, entre los cuentos de hadas y los disparates más divertidos. A decir verdad, algunos de esos textos tienen elementos un tanto cursis, e incluso presentan historias que merecen una revisión -como el caso de la cigarra y la hormiga-. Pero opino que eso no le quita mérito a la iniciativa. 

Los libros eran una joya del diseño. Todas las páginas estaban ilustradas por cuenta de excelentes artistas, que sabían dar a cada historia una personalidad realmente única. Uno podía quedarse largo rato buscando detalles en los trazos, haciéndose preguntas acerca de los colores, relacionando cada viñeta con la vida cotidiana. 
Los casetes traían las narraciones que aparecían en los libros. Las letras impresas se hacían sonidos gracias a tremendas voces que luego reencontré en otras producciones: Carlos Meneghini -este año supe de su fallecimiento; todavía era joven. Parece que fue muy famoso en España por cuenta de un programa de televisión infantil-, Eliana Vidal, Héctor Bufa, Carlos Lamas, Marta Martorell, Rafael Turia, Raúl Pazos... Todos ellos son mis héroes. Todos ellos son responsables, en cierta forma, de que haya hecho de la Comunicación mi vocación, tanto personal como profesional. 

Varias de estas leyendas de la voz son, o eran, de origen latinoamericano. Intuyo que, quizás por esta razón, se hicieron dos versiones diferentes de la obra: una para España y otra para América Latina. Sabia decisión: en mi opinión, los registros grabados para el público peninsular carecen de cierta magia, de cierta chispa que tienen los destinados a los que nacimos y crecimos a este lado del Atlántico. Otro detalle importante es que un buen número de aquel puñado de actrices y actores provenían de países que, entre los años setenta y ochenta, vivían las penurias de las dictaduras. 

Mención especial merece Rosa León, la cantante española que interpretó para los Cuenta Cuentos varias melodías de María Elena Walsh. Una voz hermosísima que asocié con tonadas infantiles durante mucho tiempo. Pero resulta que hace algunos años supe que Rosa es una intérprete de la talla de Víctor Manuel, Joaquín Sabina y Ana Belén. Obviamente, prefiero una León a una Belén. 


A. Aloof aportó esta ilustración
para El Erizo Volador.
Es una lástima que los ires y venires de la economía, así como el apretón de las tecnologías de comienzos del siglo XXI, le borraron de un plumazo a Salvat su orgullo: Encarta la noqueó. Pero ésta no cantó victoria mucho tiempo: fue, a su vez, eliminada por Wikipedia. Ahora, la editorial barcelonesa le pertenece a unos franceses y distribuye algún que otro material indigno de su historia. Como cositas de Disney, por ejemplo. ¿Quiere ver qué hace ahora Salvat?

Hoy, después de 28 años, el paso del tiempo en mi colección de Cuenta Cuentos se nota muchísimo. Los libros están en buen estado, pero se notan los efectos de tantos ires y venires. Los casetes están desgastados de tanto ponerlos en el equipo de sonido, una y otra vez. Y como suele suceder con los tesoros, no tengo completos ni los libros ni los casetes. Por lo tanto, agradeceré a cualquier amable lector o lectora que conserve sus Cuenta Cuentos 
-versión latinoamericana- para que me ayude a completar todo este caudal de imaginación al que debo mucho de lo que soy actualmente.

Lo material se deteriora. Las leyes del mercado dirán que la cultura para niños y adultos vale un comino porque no es rentable. Pero los mensajes y las ideas, las grandes historias, permanecen. Eso es lo bueno de los tesoros. De los verdaderos tesoros.

lunes, 6 de julio de 2015

El papa viaja. ¿Para qué?

Acerca de la gira latinoamericana de Francisco en este mes de julio.

gerardo-perez.blogspot.com
Escribo este texto mientras que el papa de la iglesia católica según el rito romano, Francisco, se encuentra en Ecuador. Se trata de su primera visita oficial a Suramérica, que incluirá también a Bolivia y a Paraguay. 

Supongo que no hay país donde haya un buen número de católicos en donde estos no pidan que el papa vaya a su tierra. Y ya es imposible pensar en un papa que no pueda o no quiera tomar un avión y volar hacia donde las dinámicas de su trabajo lo soliciten. De su trabajo, o de su misión. Mejor diferenciar. Porque no todos los papas de la historia han laborado por el encargo que, se supone, les ha dejado "el Jefe": el anuncio del Evangelio. No pocos pontífices se esforzaron desde su puesto, y a partir de él, en desarrollar sus proyectos personales, dejando las cosas de las que habló Jesús -y por las que lo dio todo, hasta la vida- en franco tercer, cuarto o último lugar. Sí: aquellos se desvivieron por realizar campañas militares, actividades comerciales, vinculaciones de sus familiares por vías matrimoniales a linajes de gobernantes, etc. Si viajaban, era para llevar a cabo esas iniciativas. Hoy, si un papa viaja, otra cosa se espera de él.

Un hecho importantísimo en los viajes del papa Pablo VI:
su encuentro con el patriarca católico ortodoxo Antenágoras -a la izquierda-.
ordendesanclemente.es
La tendencia que preparó Juan XXIII, que comenzó a practicar Pablo VI , que Juan Pablo II desarrolló de manera tremenda y que sus sucesores han continuado según sus circunstancias y posibilidades, parece ser una muestra más de la apertura de la iglesia-institución al mundo, el fin de una propensión casi bimilenaria al aislarse, al encerrarse tras los muros de la autosuficiencia y de la autorreferencia. Creo que estos viajes son un avance, pero no me parece que sean suficientes para el cambio que la iglesia necesita. En especial, porque la pregunta obligada es: ¿qué le aportan los periplos papales a los creyentes para que estos se atrevan, se arriesguen a vivir el mensaje del Evangelio en serio?

A mí me parece que un viaje papal corre el riesgo de parecerse mucho a la fenomenal historia del cubano Virulo acerca de la visita de los presidentes africanos a la Cuba revolucionaria (véanla a partir del minuto ocho del vínculo). ¿Sabemos de verdad quien viene a nuestras tierras y lo que representa su presencia? ¿Estamos tan seguros de saberlo? Y sobre todo, en el caso de este padre Bergoglio, de este Francisco que ha dicho cosas fuertes, que ha sacado a relucir la novedad del Evangelio, la cual se ha querido avejentar por diversos intereses. No pocos piensan que ir a verle, a recibirle cuando llega a la patria, es como ir a ver a una estrella de rock, a una reina de belleza o a la selección nacional de fútbol tras una destacada participación en algún evento de interés. Entonces, ¿que se quede el papa bien recluidito en su residencia de Santa Marta? ¡Desde luego que no! Ni tanto que queme al santo, ni tan poquito que no lo alumbre, dice el refrán.

Aclaro: una cosa es el cariño que podemos y debemos demostrar al que viene de lejos y otra, muy distinta, es acudir como borreguitos a saludarle y creer que con eso ya somos muy buenos cristianos. ¡Cuántos emperadores y emperatrices del pasado se hacían recibir por el pueblo con fastuosos protocolos, para dar muestras de su poder! ¡Ay de quien se negara a asistir a la recepción! ¡Y cuántos papas no hicieron lo mismo! Alguna historia del otro Francisco, el de Asís, da cuenta precisamente de estas actitudes. 

La gente que esperó a Francisco en Guayaquil, Ecuador.
Fotografía de Reuters, tomada de www.clarin.com
Por estas razones yo no estoy de acuerdo con las manifestaciones públicas del papado, con los baños de popularidad que la figura se da -o que le dan- a costa de la feligresía de a pie.  Porque junto a él, católicas y católicos se exponen al peligro de hincharse de orgullo, de hacer falsos e inoportunos alardes, de esforzarse en cosas que no valen la pena. ¿Cuántos de quienes en las últimas horas en Ecuador han seguido el recorrido de su comitiva y que han gritado su nombre hasta desgañitarse habrán leído ya su más reciente carta encíclica y han puesto alguna de sus ideas en práctica?

Por otra parte, y ya que estamos, que me perdonen mis amigas y amigos que están haciendo una y mil cosas para costearse su viaje a Cracovia y estar presentes en la próxima Jornada Mundial de la Juventud -en la cual, por supuesto, se espera al papa-: ¿valdrá la pena realmente hacer ese esfuerzo para ese fin? Y lo que se invierte en el viaje, ¿no sería mejor invertirlo en solucionar problemas en esta, nuestra tierra, problemas de nuestra gente? ¿No se cae en la trampa de hacer "turismo espiritual", como podría también caer el papa?

Y este Francisco, creo yo, tiene formas claras para evitar caer dicha trampa: hablar claro, fuerte, duro, de acuerdo con ese estilo que a tantos ha chocado, como al muy católico hermanito Bush. No ceder a los intereses de los gobernantes anfitriones,  que esperan hacer de su periplo una oportunidad politiquera. No convertir su visita en un festival de la autocomplacencia católica. Meter el dedo en la llaga, como hizo el de Nazaret. Si lo hace así, y si nosotros, que decimos ser del Pueblo de Dios, sabemos leer adecuadamente los signos de sus pasos y la urgencia de sus palabras, si nos atrevemos a asumir nuestra fe "a lo bien", el que Bergoglio haya tomado un avión y salido de los muros del Vaticano para venir en estos días a América Latina habrá valido la pena. 

miércoles, 1 de julio de 2015

Desastres a gran escala y micro-desastres

Nos rasgamos las vestiduras ante la destrucción de la Naturaleza en en enormes proporciones y condenamos a los criminales. Y al tiempo, preferimos ignorar los pequeños daños que hacemos todos los días.


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Mucho me temo que las recientes calamidades ambientales causadas por la subversión en Colombia durante las últimas semanas pasarán a ser parte del "periódico de ayer" al que cantara Héctor Lavoe. Serán noticias que dejarán de recibir atención mediática y las olvidaremos, a menos que de verdad nos duela. 

La revista Semana dice que ni siquiera los activistas ambientales -aquellas personas que supuestamente dedican grandes esfuerzos para proteger y para denunciar- le dieron al desastre de Tumaco, ni le dan a otros hechos similares, la importancia que merece. Más dolor para echarle al caldo.

Y las preguntas aparecen: ¿Cómo puede acercarse uno a personas como las que cometieron el derrame en Nariño, o en el Putumayo, para preguntarles "por qué"? ¿De dónde surgió su ceguera? ¿No hubo nada dentro de ellos que les dijera: "esto es incorrecto, esto hace daño"? ¿Cómo no se les ocurrió pensar que un montón de seres vivos pagarían las consecuencias de su error? ¿Cómo verlos a la cara? ¿Cómo saber hasta qué punto son víctimas -pues no nacieron haciendo atentados- y desde dónde comienza su responsabilidad? ¿Cómo percibir los matices en estos casos? Son preguntas totalmente perturbadoras.

Pero cuidado: esos mismos interrogantes apuntan hacia nosotros, los que vivimos muy cómodos en las urbes. Y tranquilos, porque cada semana pasa un camión de la basura a recoger nuestros molestos desechos. Apuntan hacia nosotros, los que fríamente dejamos caer la servilleta sucia si vamos por la calle, o arrojamos la botella plástica por la ventana del automóvil si viajamos por carretera; los que nos deshacemos en bravatas y amenazamos con lo que tengamos delante a la persona que, con un mínimo de sentido común y respeto por el entorno, nos llama la atención. Así son las cosas en el país del "usted no sabe quién soy yo". Y ante estas actitudes, uno se pregunta si vale la pena arriesgar la integridad propia o la de los seres queridos por un pedazo de material procesado o si, al callar y pasar al otro andén, no se cae en la actitud del cómplice. Y los que vienen detrás de nosotros, para colmo, tendrán que responder por nuestra estupidez; ya que nadie les dijo que las cosas deben ser de otra manera, y para colmo, también ellos pondrán su cuota de irresponsabilidad. 

Durante el fin de semana pasado, en un viaje hacia Bogotá desde algún municipio de la Sabana, el bus que nos transportaba fue abordado por una familia entera: digamos, ocho adultos con cuatro o cinco niños -uno de ellos, de brazos-. Por lo menos cuatro de aquellas personas iban totalmente ebrias e hicieron el espectáculo dentro del atestado vehículo: gritos, canciones desentonadas, madrazos, todo acompañado por las risitas de aprobación del resto del clan. Las intoxicadas gritaban y los intoxicados se echaban flores a sí mismos. El mayor de los niños, en contraste, iba con el rostro de la vergüenza. Cierto pasajero murmuró entre dientes, en alusión directa a él: "pobre pelao". Uno de los achispados trasbocó en una bolsa; alguno de sus familiares señaló después que en ella estaban los documentos personales de cierto integrante de la camarilla. Lo dijo sin mucho asco; más bien, como quien anuncia la última gracia del cachorrito de la casa.

El bus fue desocupándose paulatinamente a medida que nos aproximábamos a la capital. Y poco antes de apearse, los borrachos redondearon la faena: orinaron el bus. Sus fluidos corrieron hacia la puerta del vehículo. El ayudante del conductor tuvo que ponerse, como dicen las mamás, "en cuatro patas" a secar el reguero con un trapo sucio y viejo, mientras que el chofer, aislado en su cabina, esparcía a su alrededor el contenido de un ambientador en aerosol para espantar el olor. ¿Lavar el bus? Ni de vainas. Era necesario iniciar la ruta nuevamente y no había tiempo para eso.

Broche de oro: uno de los beodos declaró,entre grandes carcajadas,que venían de Bojacá, municipio cundinamarqués reconocido por su tradición religiosa. Como prueba, la abuela de la familia, sobria entre su gente pero no por ello menos responsable del asunto, apretaba contra su cuerpo enorme de campesina varias cruces elaboradas artesanalmente. ¿Quién podría decirle a esta familia acerca de la encíclica verde del papa Francisco? ¿Les interesará leerla? ¿Tendrá algo que ver su caso con lo que expone Bergoglio en su texto?

Es por casos como este, y como tantos otros, que digo que lo más prudente es no ver tan rápido la viga en el ojo de los que cometen desastres ambientales a gran escala. ¿Cómo está la mega-columna en nuestros ojos, los que causamos micro-desastres que poco a poco se acumulan y perjudican a la larga a toda la sociedad y al planeta? ¿Qué hacemos al respecto?