lunes, 30 de marzo de 2015

¿Qué tan "santa" es la Semana Santa?

Es urgente retomar el mensaje cristiano original. Un razonamiento a partir de la religiosidad popular en el marco de la violencia.





En días pasados conocí dos producciones recientes en la historia del documental audiovisual de Colombia: Los abrazos del Río (2010), de Nicolás Rincón Guille y Réquiem NN (2013), de Juan Manuel Echavarría. Mil gracias a Alejandra Meneses por proporcionarme la oportunidad de hacerlo.

Las dos producciones cuentan, desde diversas miradas y estéticas, historias relacionadas con una de las caras más dolorosas de la Violencia en Colombia durante las últimas décadas: los muchos cuerpos de personas arrojados al Río Magdalena, considerado el más importante de nuestro territorio y que se convirtió en la más grande fosa común originada por el conflicto armado, según lo ha señalado la periodista Patricia Nieto.

Particularmente, Réquiem NN se desarrolla en la población antioqueña de Puerto Berrío, en donde "hay una creencia de que las almas de la gente que muere de forma violenta, y que no cuenta con parientes, puede ofrecer favores y hacer milagros", según las palabras de don Ramón, el sepulturero del pueblo. Los cuerpos sin identificar que terminan en el Magdalena son rescatados por las autoridades, quienes las ubican en urnas especiales en el cementerio del municipio, en tanto realizan las diligencias para determinar sus identidades. Habitantes de la comunidad, tal como cuenta don Ramón, han establecido una compleja relación con los difuntos NN. Un aspecto importante de dicha relación es que las personas "adoptan" a un difunto, o difunta, lo bautizan -esto es, les otorgan un nombre- y se comprometen a acompañarlo, a estar pendientes del estado de sus restos a cambio, en no pocas ocasiones, de que les conceda favores especiales relacionados con temas de salud, dinero y amor, entre otros. Valga decir que este panorama abarca desde los egoísmos más intransigentes -el muerto es mío y de nadie más- hasta la cooperación más increíble -el caso de un hombre y una mujer que se asocian en torno a la misma "ánima", a quien bautizan con nombre compuesto según su mutuo sentir y hasta celebran juntos el "cumpleaños" en el cementerio-. Se destaca el caso de la madre que busca a sus dos hijos desaparecidos y que decide también "adoptar" un ánima, bautizándola con el nombre de uno de ellos. Este mutualismo simbólico, si se me permite la expresión, está fuertemente impregnado por la tradición católica romana.

No es mi intención establecer juicios en torno a estos hechos, ya que la religiosidad popular es un campo de reflexión enorme y delicado. Pero sí quiero destacar el asunto de las "ánimas" en Puerto Berrío para pensar, ahora que comienza una nueva Semana Mayor, una nueva Semana Santa para la cristiandad en el mundo.

Un sentido a partir de la realidad

Yo me pregunto hasta qué punto las celebraciones, los ritos, las procesiones, las homilías, las exposiciones, los cantos, las letanías, los rosarios, las imágenes dolorosas o las aparentemente triunfantes -el Jesús resucitado exhibido en las iglesias no ríe-, junto a todos los demás elementos que conforman la Semana Santa, influyen en situaciones como la que se vive en Puerto Berrío. No pienso en determinar si la religiosidad popular está bien o mal, sino en sus causas, en su origen, porque me parece que es una de tantas consecuencias de las deformaciones históricas de una propuesta que surgió hace siglos en Galilea, de las cuales no son responsables, ni siquiera conscientes, aquellos que oran a las ánimas y les piden favores a cambio de ciertas atenciones.

Los creyentes cristianos se basan excesivamente en respuestas,
pues se les ha extirpado la capacidad de hacerse preguntas
acerca de su fe.

Creo que, por más que se realicen estudios bíblicos soportados por investigaciones arqueológicas y de otras áreas del conocimiento -como las presentadas muy amena y didácticamente por el padre Ariel Álvarez Valdés, fotografía anterior- estas no logran llegar al feligrés, a la feligresa, al cristiano de a pie; por lo tanto, no se logra una educación que produzca una fe madura, activa, personal y socialmente fecunda. Un caso concreto: aún se sigue mencionando la historia de Adán y Eva como un hecho tan verídico como -asumámoslo por un momento- lo que se informa en la prensa, cuando en realidad expertas y expertos han demostrado que se trata de una forma narrativa especial, fruto de la imaginación y de la reflexión, perteneciente a un pueblo concreto de la Tierra que se animó a pensar acerca de su origen, del origen del bien y del origen del mal. El cuento de la manzana es eso mismo: un cuento, una forma narrativa que existe en el texto pero que nunca sucedió realmente. Por cierto que decir esto hace que no pocos creyentes clamen al cielo porque les están dañando la fe de sólo escucharlo. "Mis oídos, mis pobres oídos", como decía alguno de los niños de Ned Flanders, si mal no recuerdo.

Cada Semana Santa se sigue invocando, implícita o explícitamente, la exactitud histórica de Eva y Adán -por aquello del pecado original- y de muchos otros elementos que aparecen en la Biblia que no se recrean a la luz de los estudios ni se ajustan al mensaje cristiano original. Por un lado, una lectura literal; por otro, una tergiversación; dos cosas muy graves, muy tristes y que han hecho un daño enorme. Por ejemplo, ciertos sacerdotes siguen diciendo -yo, personalmente, sigo oyéndoles decir- que Yeshuá de Nazaret  murió en la cruz como parte de un plan divino: Dios es una especie de escritor supremo de mega-dramas y se inventó este, el mayor de todos. Ciertamente, no todos los presbíteros afirman esto ante sus comunidades: algunos han dicho claramente que la voluntad de Dios no fue que él fuera crucificado, y lo han dicho también predicadores y cantantes. Lo que Jesús criticó abiertamente, esto es, la costumbre judía de ofrecer sacrificios de animales a Dios con el fin de comprarle, de satisfacer su ego, de mantenerlo calmado, de pagarle una deuda, de no asumir las responsabilidades y la libertad propias, se trasladó a su propio asesinato, por razones liosas múltiples. Otra muestra es que muchas gargantas cantan y películas presentan que Jesús tenía un "sueño de morir", un afán y un deseo de dejarse clavar en la cruz -lo que yo llamaría la metáfora de abrazar la cruz-, lo cual contradice todo su mensaje: el de Nazaret proponía vida en abundancia para todos, incluido él mismo. Esto, naturalmente, merece una discusión amplia y, de paso, correcciones al pie de la cruz.

Una propuesta

Todos estos enredos alimentados por siglos de descuidos, de ignorancia, de intereses creados, lograron que en términos sociales las palabras del Nazareno perdieran, en gran medida, su sentido primario. Y es por eso que ocurren cosas como las de Puerto Berrío, con sus luces y con sus sombras.

Me parece entonces que lo que se debe pensar en estos días no es si se trata de una Semana Santa institucional-oficial o de una Parranda Santa vacacional, sino el valor, la significación de lo que hacemos, de lo que repetimos un año y otro, y otro más, sin que se generen cambios mayores e idóneos en nuestras vidas y en nuestra sociedad tan "creyente". Hay que revisar que tan "santa" es la semana, en un sentido no de perfección sino de plena humanidad. 

Yo propondría, para empezar, que el símbolo de estos días, y de la fe cristiana en general, dejara de ser la cruz, el símbolo del enredo, para dar paso a otro que ha sido relegado y hasta anti-promocionado: la tumba vacía. Una tumba vacía que represente esperanza y luz para casos como los de Berrío; tumbas vacías de muertos sin identificar que en realidad están vivos, en compañía de sus seres queridos, porque los creyentes del mensaje cristiano se han esforzado por vivir el auténtico mensaje del Amigo Yeshua y por eso han asumido a fondo y de manera efectiva su compromiso por un país en paz. Un país en el que la muerte, como yo creo a la luz del mensaje de la Resurrección, no tiene la última palabra.


La punta

En medio de las tragedias más complejas, como la del avión de Germanwings de la semana pasada, todavía hay quien las asume con inteligencia, con valor y con sentido humano. Mis respetos, señor piloto.

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