miércoles, 12 de agosto de 2015

¡Tengo el poder de la prensa! (Que le aproveche, patrón)

Acerca de los que se creen más que los demás por ser dueños de un medio de información.

Periodismo, por Esther Vargas. Licencia Creative Commons. Imagen en Flickr.

El dolor que tengo por cuenta de la forma como se ejerce el periodismo en Colombia -y en el mundo- volvió a manifestarse tras leer la columna de Jonathan Bock aparecida en la revista Semana: El Patrón de los Periódicos, que habla acerca de la forma terrible como un barón de la prensa regional llamado Hernando Suárez Burgos maneja su emporio periodístico y trata, desde la altura de su supuesta dignidad, a sus subalternos.

¿En qué pensé tras la lectura del artículo? En otros tantos Suárez con los que me he topado durante el ejercicio de mi profesión y que se presentan a sí mismos como prohombres -¿y las promujeres?- llenos de grandes méritos. Son lo que se denomina self-made men, "hombres hechos por sí mismos", sacrificados que surgieron de las condiciones más paupérrimas y que después de toneladas de trabajo duro llegaron a la cumbre, de cuyas ventajas hoy disfrutan ante la admiración y el reconocimiento de ciertas personas. Una de sus frases favoritas: "A mí nadie nunca me ha regalado nada". 

Y a mí estas figuras me parecen altamente sospechosas porque mi experiencia me ha enseñado que, detrás de sus ejemplos, algunos muy católicos -uno de ellos se declara muy, muy, muy del rosario; dice que nunca se acuesta sin rezarlo- hay un historial de vejaciones laborales y personales, de abusos de autoridad, de egolatría construida día tras día, de grotescos episodios de un cuento inventado que ellos mismos se creen. 

Algunos de ellos están construyendo sobre la arena porque sus herederos, que se han dedicado a otros menesteres alejados totalmente del negocio de papá -¿por qué será?-, vendrán como una tormenta cuando ya no estén, repartirán a punta de abogados la herencia, despedirán a la gente que trabaja en la empresa y cada uno para su casa, con lo que le toca en el bolsillo. Y adiós a la hoy orgullosa casa. Eso sí, incluso si los cachorros deciden mantener el emporio, sus bases siguen siendo nefastas.

No sé si debo asombrarme con rabia o acostumbrarme con desdén ante el hecho de que periodistas como aquellos de los que habla Bock en su artículo ganen hoy prácticamente lo mismo que yo ganaba como periodista raso hace ocho años -empecé ganando un poco menos que aquella cantidad; el dueño del medio nos dijo un tiempo después que nos subía un tantito más el sueldo, y ojo, ¡a costa de un enorme sacrificio personal de su parte!- y que, cuando piden una mejora salarial, se les ofrezcan cincuenta mil pesos de miseria y de ingratitud. Migajas del enorme banquete que es el negocio de la información, un banquete del que sólo disfrutan unos pocos, mientras que otros se quedan afuera o, peor, son parte del menú. ¿Un poco más para la depresión? Reportes desde otras tierras, indicando que se pone en marcha la ley mordaza. Algo así como estar entre la espada y la pared. Por cierto que los dueños de los medios ya tienen su propia ley mordaza cuando a su manera aplican la censura entre sus empleadas y sus empleados, disfrazándola de libertad -la frase idiota "si no les gustan mis reglas, son libres de cruzar la puerta de salida", redondeada con esa canallada de "total, sobre mi escritorio hay muchísimas hojas de vida haciendo cola. Yo no pierdo nada"-. 

Aumenta la indignación el hecho de que gente como Suárez -según el editorial que escribió y al que hace referencia Bock- se atreva a invocar a la sociedad, el ponerse a su servicio, para justificar su posición. No nos crean bobos: A esa especie de patrones a la que él pertenece le importa un comino la gente, "el bien de la comunidad" que justifica cualquier sacrificio por parte del periodista. Lo que le importa a estas personas es su negocio,  lucrarse, a costa del sudor de otros, de los sacrificios de otros, de las vidas de otros. Y es importante que la gente se dé cuenta de que cuando su nombre es mentado por gente como Suárez, es como cuando el lobo canta canciones melodiosas llamando a las ovejas. Cena segura.

¿Para qué maldecir a los patrones de la prensa? Ellos mismos se construyen su propio destino. No se olviden: se irán y, aparte de que no se llevarán ni un sólo peso al otro lado, no dejarán nada más que pleitos entre sus hijos y entre sus abogados. Al menos, esa es la tendencia. Y su legado será paja que se llevará el viento. 

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