lunes, 9 de febrero de 2015

Otro Día del Periodista en Colombia

Cada 9 de febrero se celebra en Colombia el Día del Periodista. ¿Se celebra? 

Una obra recomendadísima
de un gran maestro del periodismo.
Según señaló el diario El Tiempo hacia finales del año pasado -basado en un informe de Reporteros Sin Fronteras- , México es el país del mundo más peligroso para el ejercicio del periodismo. En segundo lugar está mi país, Colombia. 

El derecho y el deber de informar en medio del conflicto ha cobrado la vida de colegas, no solamente en estas dos naciones, sino en varias otras. Naturalmente, todo espacio de reconocimiento para ellas, para ellos, es justo y necesario. Sin embargo, al tiempo que se generan y difunden dichos espacios, también resulta importante, incluso cada vez más urgente, decir que no solamente las balas siegan vidas de periodistas.

La información es una mercancía

El aura mítica del periodista, ese personaje de sombrero adornado con la tarjeta que lo identificaba en la rueda de prensa, con su libreta y su esfero en la mano; ese personaje osado, curioso, hábil con las palabras y con el trato humano, comprometido con la verdad hasta extremos insospechados, capaz de generar las condiciones para la caída de un presidente corrupto que ha jurado mil veces que es inmaculado... El aura de ese personaje poco a poco se extingue porque la verdad se ha convertido en una mercancía más para ofrecer en la tensión diaria de la oferta y la demanda.

Por esta razón, el ejercicio del periodismo no solamente resulta peligroso para la salud física de quien lo asume por cuenta de los actores de un conflicto armado. Los medios masivos de información, grandes empresas que responden a diversos intereses que poco o nada tienen que ver con el interés de la sociedad, también lo banalizan. He visto periodistas "reconocidas" que asisten a eventos de farándula vestidas como si fueran estrellas de cine de Hollywood. De presentar noticias en la televisión se pasa a anunciar galletas o pañales -claro, si se tiene un rostro hermoso, una pareja guapa y al menos un hijo-. 

También he visto modelos de pasarela que, por el sólo hecho de presentar "noticias de farándula", juran y vuelven a jurar que son periodistas. Incluso se matriculan en las facultades para "tener el título". ¿Qué tiene de noticioso lo que presentan? Nada, en realidad. Sin embargo, en la dinámica que propone la información farandulera, es más relevante el segundo premio Grammy de Carlos Vives que el asesinato de cuatro niños en Florencia, Caquetá

Mi querida amiga y colega Gina Caicedo lo dice de esta forma: esas modelos "salen a 'hacer pantalla' y se creen periodistas. A ellas por su físico las dejan ingresar (a los medios) de una manera fácil. Para las que hemos estudiado, todo es más difícil". 

A veces, periodistas reconocidos abren sus propias empresas de "relaciones públicas" o de "asesoría de imagen", en las que se pretende enseñar "el arte de la persuasión", a costos que hacen de sus servicios inaccesibles para la gente del común. 

La injusticia del ambiente laboral

También hay que decir que resulta abismal la diferencia que hay entre lo que recibe un periodista recién salido de la Academia que se convierte en "cargaladrillos" y aquel que, después de años de trabajo, aparece en la pantalla de televisión como presentador. Para colmo, la experiencia más o menos respetable que acumulan estos personajes se ve muy empañada por una actitud arrogante: creen que ahora lo saben todo y que nadie puede darles lecciones. Este virus de la vanidad periodística es más común en el medio de lo que parece. 

Las facultades de comunicación, tan cuestionadas, todos los años le dan cartón a un buen número de profesionales que se encuentran, al salir de las aulas, con un sistema laboral que no les ofrece oportunidades para ejercer cabalmente su condición. Las ferias de empleo son el carrusel en el que las empresas requieren administradores, contadores, técnicos, operadores. Pero comunicadores, no. Gina Caicedo agrega: " para colmo, en caso de que se necesite un comunicador, piden que sea recién egresado o que esté estudiando". Otras piden experiencia de varios años. ¿Cómo carajos adquirir experiencia, si no nos la dejan tener? Y si uno por su propia cuenta la adquiere o pone en práctica a conciencia iniciativas personales -a lo "emprendedor"-, al sistema laboral eso le vale lo que ponen las especies ovíparas.

En un portal de búsqueda de empleos en Colombia los comunicadores se ubican en la misma categoría de los profesionales del mercadeo y la publicidad -existe una gran diferencia entre los tres conceptos-, y las ofertas que recibe un comunicador social inscrito en ella son, por ejemplo, "conductor instalador de vinilos", auxiliar de acabados", "mercaderista licores", "entrega de volantes en localidades"...

¿Información = Comunicación?

A este panorama se suma un elemento crucial: el hecho de que se cree que es lo mismo "informar" que "comunicar". Los grandes medios "informan" cuando lo que presentan va en una sola vía: de ellos hacia nosotros, sin tiquete de regreso. La información adoctrina. Lo que nosotros tengamos que decir no importa. No hay un intercambio fructífero de saberes ni de opiniones. Tenemos que bailar al son que nos pongan. Paños de agua tibia como las "urnas virtuales" o el espacio del "defensor del sub-cliente", perdón, "defensor del lector, del televidente o del oyente": aparentes espacios de participación que son en realidad meros espejismos para hacernos creer que esos medios nos pertenecen, cuando en realidad es al revés. 

Es al revés, a menos que entendamos que la comunicación es otra cosa. La comunicación es un derecho y un deber de todo integrante de la sociedad. Es la oportunidad para que se encuentren en respeto y en democracia todas las voces, todas las opiniones, en un ir y venir dinámico, nunca impuesto. Un comunicador profesional está al servicio de esa causa cuando gestiona, ejerce mediaciones -valga recordar al maestro Jesús Martín-Barbero en este punto-, propone e implementa estrategias en marcos multidisciplinarios para mejorar las condiciones de vida de la sociedad a través del ejercicio de la palabra, de los diversos lenguajes. Un comunicador, retomando el legado de mentores queridos como Mario Kaplún, en realidad es un edu-comunicador: su interés es que la gente se eduque, y educar es el retorno a la dignidad de la gente -me baso en la obra de Paulo Freire para decirlo-. Los medios de información hacen cualquier cosa menos educar, porque les vale un pito la dignidad de la gente. Obviamente, hay excepciones. 

No se puede olvidar tampoco que el hecho de que exista libertad de expresión, de que debamos defenderla y promoverla, no significa que podemos decir cualquier cosa que queramos, más aún si para hacerlo pisoteamos las creencias, las ideas y los sentimientos de los demás. No todos somos Charlie Hebdo.

Mi experiencia y los conocimientos adquiridos -con mi agradecimiento a quienes los proporcionaron- me han hecho comprender que todo comunicador es un periodista, pero no todo periodista es un comunicador

Para terminar, como un ejemplo y como un homenaje en este día, recuerdo a Pedro Cárdenas, un comunicador comprometido con la verdad hasta las últimas consecuencias. ¿Una frase cliché? Depende. Va el reconocimiento a mi colega José Ignacio Chávez por presentarme el caso de Cárdenas y por invitarme, en su particular estilo, a pensar.

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