martes, 21 de julio de 2015

El tesoro de los Cuenta Cuentos

Buenos recuerdos hechos de cartón y de casete. Un punto de vista totalmente personal.

Ilustración de Paul Bonner para El Martillo de Tor, de los Cuenta Cuentos

Hasta donde yo sé, el ser humano es el único animal que conserva cosas a las que llama "tesoros". Hay objetos que van más allá del uso o del consumo, de la inmediatez y del afán de satisfacer caprichos fugaces. Hay objetos que forman, que educan, que construyen imaginarios, mundos personales e incluso personalidades. Hay objetos que se conservan porque son el puente con los buenos momentos del pasado, que permiten evocarlo sanamente sin llegar a añoranzas inútiles. Así entiendo yo lo que son los tesoros.


Ilustración de Francis Phillipps
para Pinocho
En la década de 1980, Salvat Editores era sin duda una de las mejores y más reconocidas casas productoras de libros en España y en América Latina. Si un padre o una madre de familia quería y podía dar textos a sus hijos en aquella época, seguramente adquiría títulos de Salvat. Enciclopedias: esas eran la especialidad de aquella empresa originaria de Barcelona. Pero también tuvo una joya entre las manos, y esa era Cuenta Cuentos, "una colección de cuentos para mirar, leer y escuchar", como se promocionaba entonces.

¿Cuántos hispanoparlantes aprendieron a leer, a escribir y a disfrutar de la voz humana al amparo de los Cuenta Cuentos? Quién sabe. El caso es que aquellos maletines azules -un juego de cuatro: dos para los veintiséis libros y otros dos para sus correspondientes casetes- son referencias históricas: se trataba de un enorme esfuerzo editorial, hecho a conciencia, para reunir obras de literatura infantil de calidad, seleccionadas entre lo antiguo y lo moderno, entre lo sentimental y lo humorístico, entre lo tradicional y lo audaz, entre los cuentos de hadas y los disparates más divertidos. A decir verdad, algunos de esos textos tienen elementos un tanto cursis, e incluso presentan historias que merecen una revisión -como el caso de la cigarra y la hormiga-. Pero opino que eso no le quita mérito a la iniciativa. 

Los libros eran una joya del diseño. Todas las páginas estaban ilustradas por cuenta de excelentes artistas, que sabían dar a cada historia una personalidad realmente única. Uno podía quedarse largo rato buscando detalles en los trazos, haciéndose preguntas acerca de los colores, relacionando cada viñeta con la vida cotidiana. 
Los casetes traían las narraciones que aparecían en los libros. Las letras impresas se hacían sonidos gracias a tremendas voces que luego reencontré en otras producciones: Carlos Meneghini -este año supe de su fallecimiento; todavía era joven. Parece que fue muy famoso en España por cuenta de un programa de televisión infantil-, Eliana Vidal, Héctor Bufa, Carlos Lamas, Marta Martorell, Rafael Turia, Raúl Pazos... Todos ellos son mis héroes. Todos ellos son responsables, en cierta forma, de que haya hecho de la Comunicación mi vocación, tanto personal como profesional. 

Varias de estas leyendas de la voz son, o eran, de origen latinoamericano. Intuyo que, quizás por esta razón, se hicieron dos versiones diferentes de la obra: una para España y otra para América Latina. Sabia decisión: en mi opinión, los registros grabados para el público peninsular carecen de cierta magia, de cierta chispa que tienen los destinados a los que nacimos y crecimos a este lado del Atlántico. Otro detalle importante es que un buen número de aquel puñado de actrices y actores provenían de países que, entre los años setenta y ochenta, vivían las penurias de las dictaduras. 

Mención especial merece Rosa León, la cantante española que interpretó para los Cuenta Cuentos varias melodías de María Elena Walsh. Una voz hermosísima que asocié con tonadas infantiles durante mucho tiempo. Pero resulta que hace algunos años supe que Rosa es una intérprete de la talla de Víctor Manuel, Joaquín Sabina y Ana Belén. Obviamente, prefiero una León a una Belén. 


A. Aloof aportó esta ilustración
para El Erizo Volador.
Es una lástima que los ires y venires de la economía, así como el apretón de las tecnologías de comienzos del siglo XXI, le borraron de un plumazo a Salvat su orgullo: Encarta la noqueó. Pero ésta no cantó victoria mucho tiempo: fue, a su vez, eliminada por Wikipedia. Ahora, la editorial barcelonesa le pertenece a unos franceses y distribuye algún que otro material indigno de su historia. Como cositas de Disney, por ejemplo. ¿Quiere ver qué hace ahora Salvat?

Hoy, después de 28 años, el paso del tiempo en mi colección de Cuenta Cuentos se nota muchísimo. Los libros están en buen estado, pero se notan los efectos de tantos ires y venires. Los casetes están desgastados de tanto ponerlos en el equipo de sonido, una y otra vez. Y como suele suceder con los tesoros, no tengo completos ni los libros ni los casetes. Por lo tanto, agradeceré a cualquier amable lector o lectora que conserve sus Cuenta Cuentos 
-versión latinoamericana- para que me ayude a completar todo este caudal de imaginación al que debo mucho de lo que soy actualmente.

Lo material se deteriora. Las leyes del mercado dirán que la cultura para niños y adultos vale un comino porque no es rentable. Pero los mensajes y las ideas, las grandes historias, permanecen. Eso es lo bueno de los tesoros. De los verdaderos tesoros.

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